Bajo
el nombre genérico de talud denominamos a la superficie
inclinada con respecto a la horizontal que adopta un terreno.
Pueden ser artificiales, cuando están construidos por el
hombre (terraplén o desmonte), o naturales (laderas).
La gravedad actuará siempre como factor desequilibrante,
y siempre que esté compensada con la resistencia del terreno,
el talud estará en equilibrio. Por el contrario, cuando
el equilibrio se rompa se producirá una inestabilidad de
la masa en forma de deslizamientos, avalanchas, desprendimientos,
etc.
Los fenómenos
de inestabilidad de laderas tienen una importante repercusión
económica, dado que los daños que se producen directa
o indirectamente son muy importantes. En los Estados Unidos, una
cifra razonable excede, probablemente, los 1000 M$ por año.
Estudios similares efectuados por el Departamento de Minería
y Geología de California, estiman que los daños
debidos a los movimientos de taludes representan aproximadamente
el 20% del total de los daños que producen todos los riesgos
geológicos (terremotos, inundaciones, etc.).
No sólo hay
que pensar en los efectos económicos, los fenómenos
de inestabilidad son los causantes de un elevado número
de víctimas humanas en el mundo. Es suficientemente conocido
el deslizamiento de la ladera del embalse de Vaiont (Italia).
El deslizamiento al caer directamente en el embalse produjo una
ola que pasó por encima de la coronación de la presa,
sin romperla, arrasando posteriormente el agua el pueblecito de
Longarone y causando de 2.000 a 3.0000 victimas. Como dato anecdótico,
el famoso Libro Guiness de los records cita como triste record
el deslizamiento que tuvo lugar en la provincia de Kansu en China
en el cual murieron 200.000 personas. El deslizamiento se produjo
en un depósito de loess que cubría un área
de 160x480 km.
Indudablemente todos
los casos anteriormente mencionados se pueden catalogar de excepcionales;
en la práctica habitual de la construcción, los
deslizamientos, las inestabilidades de laderas naturales y taludes
son relativamente frecuentes, pero generalmente, de menor magnitud.
Es precisamente hacia este tipo de inestabilidades de pequeña
y mediana entidad donde está enfocado este capítulo,
más que a la resolución de casos extraordinarios,
pero bien es verdad que las técnicas de cálculo
y de reparación empleadas en aquellos pueden servir también
para estos últimos.
No obstante, hay
que tener siempre presente que puede haber casos especialmente
difíciles de tratar. En este sentido es apropiado recordar
la anécdota recogida por Peck (1967) respecto al comentario
de un ingeniero civil encarga¬do de la elaboración
de un informe sobre un gran deslizamiento ocurrido en Japón:
El diablo del deslizamiento parece reírse de la incompetencia
humana. A pesar del notable avance de la técnica en lo
referente a nuevos métodos de cálculo, empleo de
ordenadores, elementos de instrumentación cada vez más
precisos, técnicas de ensayo en laboratorio, etc., bien
es verdad que existen situaciones en las cuales cualquiera puede
llegar a sentirse como el técnico que así se expresó.
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